lunes, 19 de diciembre de 2022

ENTRAR EN EL JUEGO relato fantástico desde una cámara fotográfica

 Miles de universos fantásticos aparecen en lo que dura un pestañeo; tras un espejo, bajo el agua, o a través de una lente. Mundos que nuestra mente crea a su antojo,  viajes sin pasaje de ida y vuelta... sin más equipaje que lo que somos capaces de imaginar. 

Otra vez, un dibujo de mi amiga, la pintora Isa Mantero, ha  servido de hilo conductor a un nuevo cuento. Te propongo ahora un breve viaje a algún lugar de tu fantasía. 




Entrar en el JuegoMaría Auxiliadora Martínez Ruiz, 2022

«El encuadre es absolutamente precioso, la forma en que incide la luz en el agua, y las coloridas casas de los pescadores... Sin duda ha sido buena idea viajar hasta aquí. Mejor tomo la fotografía desde este ángulo». Giro el objetivo y, justo en el momento en que disparo, una mano toca mi hombro.

—Oiga, señor, te vendo una conchita gratis —. Una niña me está mirando con sus grandes ojos. Entre las manos, lleva una caja de cartón y dentro, unas cuantas conchas recogidas de la playa —. ¿Estás haciendo una foto?

—Esto no es una cámara —. Decido iniciar el juego.

—¿Qué es?

—Es una puerta a un lugar mágico ¿Quieres mirar? —. Ella, inocente, me devuelve un gesto afirmativo y se asoma.

—¡Wow! Es alucinante ¿Yo puedo entrar ahí?

—Claro, solo tienes que darle aquí, a este pulsador. Te mostraré cómo.

Miro a través de la pantalla digital de la cámara y simplemente, no puedo creer lo que veo. Lo que estoy contemplando es una perspectiva en blanco y negro del mismo lugar en donde me hallo de pie. No es que se le haya ido el color ¡es que son trazos! Observo mis manos, las muevo…   No hay duda, se trata de un dibujo animado.  Estoy dentro. Me pregunto cómo es posible.

— ¿Hay alguien aquí? —nadie me contesta.

Miro a mi alrededor y se me antoja sacado de uno de los comics que leía de pequeño. Entonces, delante de mí, advierto una masa oscura, un borrón que se va transfigurando en una silueta. Es una joven de melena larga y porte enérgico que, embutida en unos Jeans, me lanza una mirada de angustia. Sólo pronuncia una palabra:

—¡Corre!

Otras figuras comienzan a tomar forma, hombres, mujeres, niños, todos con la misma inquietud en el rostro. Vienen en tromba hacia mí. Instintivamente, levanto las manos a modo de parapeto. Uno de ellos, me toma por los hombros y me dirige hacia el lado contrario.

—¡Corra, hombre de Dios, que ya está aquí!

Intuyo el peligro, se me acelera el corazón; me rindo al momento; doy las zancadas que mis piernas me permiten, entre una masa de gente que huye hacia el agua. Nos introducimos más o menos hasta la cintura; quedamos quietos como esculturas en medio de las olas que se empeñan en demostrar que no somos rocas.

 —¿Por qué nos quedamos aquí?

—Porque así no puede olfatearnos

—¿Quién?

—El Calambo, un monstruo.

—Pero nos verá —. Sonrío con ironía y él me devuelve la misma expresión.

—No tiene ojos —me susurra.

Es cuando paso de la incredulidad al pavor. Me quedo mudo al verlo aparecer tras las casas de los pescadores. Se mueve como un felino de dimensiones inauditas. Su negro pelaje brilla al sol. Efectivamente, no distingo sus ojos, pero sí unos largos y finos bigotes que terminan en pequeñas voluptuosidades que, puedo imaginar, son sensores olfativos. Se queda parado, huele el aire, mueve la cabeza en distintas direcciones…Sus orejas, pequeñas y curvadas, giran también como un perfecto radar.

Cada uno de nosotros lleva el miedo incrustado en cada fibra del cuerpo. Uno de los niños del grupo, hace ademán de llorar y todos nos encogemos, menos el hombre que me habló momentos antes, que se gira con sigilo hacia el pequeño y le coloca el dedo sobre los labios —shhhh”. — La madre, lo vuelve hacia sí y lo abraza. El niño se traga las lágrimas a la par que los demás suspiramos.

            La bestia avanza palpando el terreno, fiero y delicado a la vez.  Siento el sudor resbalando por mi frente mientras los pies se me congelan bajo el agua. A pesar de todo, es un animal tan hermoso que mis manos actúan por su cuenta. Noto la adrenalina; levanto la cámara, enfoco y disparo. Al simple “click” sigue un rugido que nos hace tambalear.

—¡Nos ha descubierto, salid del agua! ¿En qué pensabas, extranjero? Nos has puesto en peligro ¡sigue corriendo! ¡hacia el bosque, id hacia el bosque!

            A unos metros de la playa, se divisa una zona de vegetación; nos dirigimos allí tropezándonos, cayendo… ¡Arriba! ¡corre de nuevo! —te ordenas a ti mismo. 

Tal como nos internamos, la gente sube a los árboles más altos y se pierden con facilidad entre el follaje. Seguramente no es la primera vez.   Ayudo a subir al último de los niños; los adultos lo agarran en volandas tal como lo alzo.   Es curiosa la mente que aún en medio del peligro, se apega a un pequeño detalle. En ese instante, reparo en un tatuaje, una estrella, que todos, incluido el pequeño, llevan en la parte interior de la muñeca. Ahora me extienden a mí los brazos, pero ya es tarde. Siento su aliento en mi cuello y su respiración acelerada.  Aún tengo tiempo de pensar en la justicia natural; me lo merezco por mi torpeza, pero no quiero morir aquí.  Me vuelvo lentamente para toparme con unas fauces de color rojo oscuro que se abren húmedas ante mi rostro.

—Deja al señor ¡vamos!

La chiquilla de los ojos grandes continúa mirándome y un chucho está lamiendo el objetivo de mi cámara, aún en posición de disparo.

—Adiós señor —. La niña agita su mano en el aire. La sigo con la mirada sin entender qué ha pasado. Da unos pasos y se gira —. Se me olvidaba, aquí tiene su conchita —. Y al alargar la mano, la veo; lleva la misma estrella que vi en la muñeca de aquellos que huían del calambo. Juraría que en su sonrisa infantil ha cambiado…

—Calambo ¿Qué haces? Ven aquí, deja al hombre.

 Luego ella y su perro desaparecen entre las casas y yo me quedo allí pasmado. Puede que haya sido mi cerebro que necesitaba su aporte diario de adrenalina y no quiera tomarse las vacaciones que, evidentemente, necesito. O es posible que, cuando la agencia de viajes me vendió “una isla con encanto”, la expresión fuese más literal de lo que yo pensaba…O tal vez…« ¡Mira qué gaviota en ese cielo azul, es una maravilla! —disparo y el instante queda congelado en el tiempo».

Ilustración: Isa Mantero

Música: The Encounter by Scott Buckley  Under the Creative Commons ‘Attribution 4.0 International’ (CC BY 4.0) License.


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