La vida, es bien sabido, está formada por pequeños instantes; a menudo, recordamos en forma de flashes: los gestos, las escenas... El paso del tiempo toma colores y dimensiones diferentes según nuestras experiencias y modos de abordar las cosas . Cuando un fotógrafo comparte sus imágenes, nos presta su visión particular. Por un momento, miramos a través de sus ojos, aunque haya una distancia entre el tiempo y espacio en que tomó la imagen y el momento en que la observamos. Un viaje impresionante ¿No crees?
El FOTÓGRAFO
Cuando
éramos pequeñas, mi madre nos llevaba a su estudio y él nos hacía las fotos de
carnet para la matrícula del curso escolar. Era un hombre circunspecto, no
gastaba el tiempo en halagos, se centraba en hacer su trabajo. Realmente me
intimidaba.
Pero,
aunque no gastes el tiempo, éste pasa igual, así que me vi con mis propios
hijos regresando del colegio, cuando él, ya jubilado, apareció con su cámara de
fotos colgada del cuello. El fotógrafo abordó a mi hijo que, en aquel momento,
tendría unos cuatro años.
-
¿Tú me quieres hacer un favor? Mira, tienes que hacer lo que yo te voy a pedir.
Atravesamos
la carretera hacia una isleta triangular en medio del cruce. En ella, había una
plataforma elevada entre unos setos de tuyas.
—
Escóndete detrás y cuando te diga, aplaude muy fuerte.
Él
se colocó en el lado opuesto e hizo un gesto.
—¡Ahora!
Mi
hijo comenzó a batir palmas y levantó un vuelo blanco de palomas que miraba extasiado.
Cuánto daría por volver a ver esa mirada. Justo en aquel momento, Bruguera
disparó su cámara hacia aquella nube viva.
El
buen hombre, nos quiso devolver la atención y se empeñó luego en hacer una foto
familiar.
—
En una semana, podéis venir a recogerla a mi casa, donde tengo ahora mi
estudio.
Me costaba cobrarle el favor, algo sin
importancia, y no acudí. Sin embargo, me la hizo llegar a través de una
conocida común que nos identificó cuando visitó su estudio de fotografía.
Coincidí
después con él en diversas ocasiones; siempre buscando la instantánea,
incansable a pesar de los años, embutido en su mono azul.
En
una ocasión, me lo encontré en el Barrio de las Fuentes. Nos saludamos. Me dijo
que iba a fotografiar casas de fachadas antigua. Quería captar sus almas. No
pude evitar pensar que eso mismo perseguía yo en mis dibujos. Animado por un
sentimiento común me confió que las personas, a su alrededor, no siempre
entendían su ansia por atrapar el instante.
—
Sí, es verdad, es la necesidad capturar la belleza del momento y prolongarla en
el tiempo.
—
Y la fealdad también — me respondió. — Cuando este barrio no era más que un
barrizal yo le hice un reportaje. Me preguntaron por qué quería fotografiar
algo tan poco atractivo, y yo les respondí que algún día esas imágenes no
tendrían precio, y no me equivoqué. Yo fotografío mundo, porque sé que el mundo
está vivo.
Recientemente, leí en el periódico que había recibido un homenaje por su dedicación al barrio, y me sentí feliz. Aquel señor serio que me imponía se había revestido de una generosa humanidad. Él ve en los pequeños detalles, cosas que otros no alcanzan. Es un espíritu ligado al instante. Su cámara conoce a su ojo, de hecho, se comporta como una prolongación de éste; la vida cotidiana es un mar de oportunidades para atesorar, y él nos brinda su mirada. Forma parte del grupo de los afortunados que, enamorados del mundo, no siguen las reglas del tiempo.
Hola. Me ha llevado hasta ti una persona capaz, buena y valiente que se llama Rosa M., que tengo la suerte de tener por prima . Me encantan tus relatos. Los leo mientras me acompañas con tu voz. Este, en particular me ha fascinado porque también me apasiona la fotografía. Gracias por este disfrute inesperado.
ResponderEliminarUn abrazo enorme.
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